jueves, 7 de marzo de 2013

El ciclista Hambriento en Colombia Blog


Después de seis noches en el mar anhelaba escapar de las condiciones claustrofóbicas  de nuestro barco y el resplandor anaranjado de Cartagena se elevó desde el horizonte, una excitación febril abrumaba la tripulación cansada. Habíamos llegado a América del Sur y Cartagena, una espléndida ciudad colonial con una oscura historia de esclavitud y piratas, que estaba llena de energía, fue la introducción perfecta a este nuevo continente.
El ritmo enérgico de la salsa y el vallenato resonó en todas las calles. Hombres en camisas de algodón sueltas bebían cerveza fría en el aire de la noche balsámica. Mujeres seductoras serpenteaba en vestidos blancos que acentuaban el tono intenso de su piel aceitunada, buganvilias y el llamativo color rosa y púrpura aferrado a balcones y a las empedradas plazas coloniales que resonaron con el tañido de las campanas de la iglesia.
Supuestamente yo acababa de poner en pie uno de los países más peligrosos del mundo, pero por lo que pude distinguir, Colombia estaba llena de vida y energía positiva. Y por vez desde que salí de México, parecía que mi fortuna culinaria estaban a punto de cambiar. La comida parecía estar en todas partes y a los colombianos le encantaba comer. Por las mañanas desayunaba abundantes calorías,  arepa con huevo, el plato estrella de la costa norte de los colombianos . Una tortilla  de maíz gruesa  rellena con un huevo y carne picada sazonada con fritos, y comida de pie, todo ello regado con vasos de jugo de naranja dulce ofrecido por  felices vendedores en cada esquina.
Caminando por la ciudad de antiguas murallas, construidas para proteger  el oro español de piratas ingleses, puestos de comida  pintados a mano,  vendiendo copas de refrescante ceviche . almejas, pulpo, caracol y camarón empapado en jugo de limón, el antídoto perfecto para el calor del mediodía. Voluptuosa señoras negras estaba detrás de las torres de cocada, algo azucarado hecho de coco rallado y fundido de  panela, el residuo color fangoso  de la caña de azúcar cocido, con sabor a fruta.
Después de una semana en Cartagena los pensamientos abatidos y sentimientos que me han plagado en las últimas etapas de Centroamérica se había desvanecido. Cartagena y Colombia habían devuelto la energía y reinstalado mi entusiasmo por la carretera. Tirando de mí mismo lejos de  sus encantos abundantes, recogí mi bicicleta y me dirgi hacia el calor sofocante de las tierras bajas costeras de Colombia.
Este hermoso relato escrito por un ciclista que se ha dedicado a recorrer el mundo en su bicicleta, probando las delicias culinarias de cada pais  Ver entrada del Blog

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